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Nadie nos amará como lo hace Dios, y únicamente la inmadurez o el egoísmo del ser humano lo condicionan en la propia vida, pero es incapaz de frenar en el Todopoderoso la plenitud y pureza de su amor hacia nosotros. Pentecostés, o venida del Espíritu Santo, lo confirma y nos sella en la gracia divina para que vivamos y crezcamos en la voluntad de Cristo.